viernes, 21 de septiembre de 2012

El infame (relato corto)


Mi nombre no tiene importancia, o al menos no en esta historia. Basta decir que fui el único amigo de nuestro protagonista, que a su vez tampoco le otorgare nombre. Claro que dadas sus pecualiaridades entenderéis enseguida la dificultad de bautizar a alguien como el.

Podríamos definirlo como una sombra, esa clase de personas que nunca te das cuenta de que existen. Si esta en una fiesta y se va nadie va a notar su ausencia, como no habían notado su presencia. Por supuesto algo particular debía tener este hombre tan gris si merece la pena contar su historia ¿verdad?

Lo conocí en mi época del colegio. Siempre estaba en un lugar aparte del resto de la gente, con su libro de Borges, releyendolo una y otra vez. Y así habrían pasado los días sin nada particular si no hubiera sido porque una vez jugando al fútbol, el balón fue parar a su lado.

Cuando le gritamos que si podía lanzárnosla, el se levanto y salio corriendo hacia nosotros con el esférico en los pies. Como si nos estuviera retando salio disparado hacia la portería y nosotros tratamos de detenerle el paso. Nos esquivo a todos, con una gracia insuperable hasta que finalmente lanzo el balón con un asombroso y preciso tiro que el portero fue incapaz de parar. Tras eso volvió con su libro.

Al día siguiente en la hora del recreo nos acercamos a el para que jugara de nuevo con nosotros al fútbol, pero se negó.
-Hoy ya no soy un gran futbolista, hoy soy un genio de las matemáticas.
 Todos nos quedamos extrañados hasta llegar la hora de dicha asignatura donde por primera vez el hablo en alto respondiendo a las preguntas de la profesora sin fallar ninguna para el asombro de esta. Incluso los problemas mas dificiles eran pan comido para el.

Estábamos hablando de un caso de mitomania extremo. Este chico era un ser casi vacio, pero con una capacidad increíble para la suplatancion. Se tomaba tan en serio cuando interpretaba a un personaje que desarrollaba habilidades que de otra forma no podría tener.

Su ritual era siempre el mismo. Cuando decidía que tipo de personaje iba a ser escribía en su libreta todas las características y habilidades de lo que iba a convertirse. Claro que estas no aparecían por arte de magia. Llegaba a pasar horas en solitario practicando habilidades antes de asumir un nuevo rol.

Con el paso del tiempo el infame y yo llegamos a hacernos amigos, si es que alguien como el puede tener amigos, e incluso ambos orientamos nuestras carreras por la interpretación teatral. Obviamente yo no estaba a su altura, y nuestro protagonista siempre conseguía una ovación por parte del publico y el director de la obra en cada una de sus interpretaciones. La critica lo amaba.

Y de repente desapareció. Salio del mapa. La gente comienzo a realizar conjeturas sobre su paradero, que quizás había sufrido una depresión propia de los artistas. En realidad yo sabia que simplemente este se había convertido en otro personaje, y cuando lo volví a ver años después en otra ciudad como un mafioso no me sorprendí en absoluto.

Mi compañía de teatro estaba de gira y al terminar la obra alguien golpeo en la puerta de mi camerino. Allí estaba el, vestido elegantemente y con un bigote que en cualquier otra persona hubiera sido ridículo, pero para el era una parte perfecta de su personaje. Me invito a tomar una copa y acepte encantando.

Me explico que se dedicaba a regentar casas de apuestas ilegales y que la cosa no le iba mal. Yo trate de presumir de mi vida de actor en un vano intento de impresionarlo. Se alegro por mi, de forma sincera. Creo que esa fue la única vez que pude notar un gesto totalmente sincero en el.

Todo se precipito al salir del bar, pues al parecer nuestro amado protagonista se había hecho enemigos y estos habían decidido acabar con el de una vez por todas enviando un sicario, que lo apuñalo con precisión en el pecho. Vi a mi amigo gritar de dolor y caer al suelo, y creo que por miedo yo salí huyendo. Este era el final de el infame. Apropiado para un personaje con dicho apodo ¿cierto?

Este seria el final de nuestra historia si no fuera porque al día siguiente, al terminar la ultima función en la ciudad, en mi camerino encontré un paquete. Lo desenvolví y allí encontré cierto libro de Borges con una marca inconfundible de haber sido usado como escudo para evitar una puñalada.

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